martes, 6 de febrero de 2018

El MISMO LUTO, EL MISMO DOLOR (110)


A esta hora 11 de la mañana, estoy sola, mirando por la ventana la soledad de las calles. El sol totea las cabezas y producen un reflejo en el asfalto que encandila.

El ambiente está pesado, es como si pudiéramos tomarlo en los brazos y  sentir que nos aplasta. Me cuesta respirar.

Sé que estas aquí, no sé como pero lo sé. Creo que estas triste por mí. Leyendo la situación de los pacientes crónicos, su angustia, el dolor de su familia, la impotencia de verlos morir poco a poco sin poder hacer nada, pensé:

“menos mal que mi madre partió… ella lo hizo consiente de lo que me estaba evitando, así como tú, ella se sacrificó…”

El 15 de enero fue la masacre de El Junquito, allí ejecutaron a 7 valientes venezolanos, yo sé que tú sabes eso, porque ahora donde estas en el cielo puedes verlo todo… no me repongo de ese día, porque así como a ti, los ejecutaron con un tiro en su cabeza.

Eran soñadores, como tú y como yo. Eran valientes y sacrificaron sus hermosas vidas por un ideal. Ese sacrificio me hizo recordar las interminables noches donde Tu y yo hablábamos de las estrategias de resistencia, de lo que haríamos cuando el régimen cayera, de cómo llevar alegría a los niños, de cómo aliviar la carga de las familias sin hogar… que ilusos!

Recuerdo tu hermoso rostro, tu cabello color miel, me enfurece pensar que te dispararon en la cabeza... en tu bella cabeza. Me atormenta tus últimos pensamientos que seguro fueron para mí, sé que fueron para mi porque me amabas y sabias lo que eso sería para mi, este dolor que no acaba, que no se aminora, este dolor que me consume, que me devora, que me aplasta y no me deja respirar.
 Así me atormenta todo lo que sintió Oscar Pérez sabiendo que estaba cercado por cientos de esbirros, se sentiría culpable por las vidas de sus compañeros que decidieron acompañarlo en ese sueño… es como si yo hubiese estado allí, sin poder hacer nada.

Sigo de luto. Es un luto continuado. Primero el luto por la pérdida de nuestros derechos, por las injusticias, por los crímenes contra tantos compatriotas, luego vino el luto cuando mataron a tu tia… y seguía de luto viendo destruirse el país con la parsimonia y la complicidad de tantos. Después tú. Y mi luto se hizo cuerpo, se convirtió en una bestia, y mientras luchaba contra esa bestia, murió mi madre… y siguió el luto…

Y ya no ha parado. Dicen que necesito ayuda psicológica. ¡Que estupidez! Acaso existe un remedio contra el dolor del alma? Contra la rabia y la impotencia?

Cada vez que asesinan a un joven, a un hijo, yo vuelvo a perderte. Es como si te mataran otra vez, otra vez, y otra vez.

A veces me pregunto si allá en el cielo has visto a tu tía Moraima, a mi mamá… a Dino… ¿estás solo como yo aquí?

Busco entre los escombros ese país que tanto soñamos y no lo encuentro. Cada día la montaña de pedazos de vidas, de hospitales, de escuelas, de carreteras, de despedidas, de dolor, de llanto, de hambre lo cubren, enterrándolo y se me hace difícil tener fe en que antes de partir de este cuerpo físico lo volveré a ver.

Me arrecha que tu tía se haya ido primero que yo. Me dejó sola, me duele, y después tú… y mi mamá se perdió en sus adentros, se refugió en su olvido hasta que decidió marcharse también y ahora estoy aquí, viendo por la ventana, en silencio oyendo el ruido del motor de la nevera tan hastiante como todo lo que pasa en mi país.

11 y media de la mañana…

Nosotros sabemos lo que es la cárcel. Esos meses fueron una agonía para ti y para mí. Esa agonía la viven cientos de miles de madres. Quisiera poder abrazarlas a todas, darles un consuelo, prestarle mi hombro para que lloren como lo hice yo sola, sin nadie que me acompañara a verte, sin nadie a quien decirle la humillación en cada visita, la angustia de los traslados, el estrés de las audiencias, el cobro de la vacuna para que “llegara a tiempo el traslado a tribunales” mis ruegos en la defensoría del pueblo, las horas interminables a la espera en el sótano del palacio de injusticia.

La cárcel es un infierno, pues allí permanecen cientos de venezolanos inocentes viviendo la tortura. Cada día me despierto esperando una buena noticia pero sabes que? Una es peor que la otra.
¿Cómo sobreviví a eso? ¿Cómo sobrevivo ahora? ¿Cómo es posible que cada día asesinen cruelmente a tantos venezolanos? Sabes? Yo estoy segura que si estuvieras aquí, estarías tan indignado como estoy yo, tan adolorido como estoy yo, tan a punto de desplomarte como estoy yo.

A mi edad y aun no aprendo. Me sigue paralizando el cinismo y la maldad de la gente. Creo que mi espíritu no ha evolucionado mucho…

La mare, es… un aliciente, una luz, una razón. Pero no es mía. Tu eras mío, mi hijo, mío, de mi alma, de mi corazón… de mis entrañas, tú eras mi risa de todo el día, mi compañero de sueños, mi confidente.

Estoy en esos días, los últimos días que estuve contigo, sin saber que te apartarían de mi vida para siempre. No hay consuelo.

El maldito ruido del motor de la nevera y el sol que totea allá afuera.