A esta hora 11 de la mañana, estoy sola, mirando por la
ventana la soledad de las calles. El sol totea las cabezas y producen un
reflejo en el asfalto que encandila.
El ambiente está pesado, es como si pudiéramos tomarlo en
los brazos y sentir que nos aplasta. Me
cuesta respirar.
Sé que estas aquí, no sé como pero lo sé. Creo que estas
triste por mí. Leyendo la situación de los pacientes crónicos, su angustia, el
dolor de su familia, la impotencia de verlos morir poco a poco sin poder hacer
nada, pensé:
“menos mal que mi madre partió… ella lo hizo consiente de lo
que me estaba evitando, así como tú, ella se sacrificó…”
El 15 de enero fue la masacre de El Junquito, allí
ejecutaron a 7 valientes venezolanos, yo sé que tú sabes eso, porque ahora
donde estas en el cielo puedes verlo todo… no me repongo de ese día, porque así
como a ti, los ejecutaron con un tiro en su cabeza.
Eran soñadores, como tú y como yo. Eran valientes y
sacrificaron sus hermosas vidas por un ideal. Ese sacrificio me hizo recordar
las interminables noches donde Tu y yo hablábamos de las estrategias de
resistencia, de lo que haríamos cuando el régimen cayera, de cómo llevar
alegría a los niños, de cómo aliviar la carga de las familias sin hogar… que
ilusos!
Recuerdo tu hermoso rostro, tu cabello color miel, me
enfurece pensar que te dispararon en la cabeza... en tu bella cabeza. Me
atormenta tus últimos pensamientos que seguro fueron para mí, sé que fueron
para mi porque me amabas y sabias lo que eso sería para mi, este dolor que no acaba,
que no se aminora, este dolor que me consume, que me devora, que me aplasta y
no me deja respirar.
Así me atormenta todo
lo que sintió Oscar Pérez sabiendo que estaba cercado por cientos de esbirros,
se sentiría culpable por las vidas de sus compañeros que decidieron acompañarlo
en ese sueño… es como si yo hubiese estado allí, sin poder hacer nada.
Sigo de luto. Es un luto continuado. Primero el luto por la
pérdida de nuestros derechos, por las injusticias, por los crímenes contra
tantos compatriotas, luego vino el luto cuando mataron a tu tia… y seguía de
luto viendo destruirse el país con la parsimonia y la complicidad de tantos. Después
tú. Y mi luto se hizo cuerpo, se convirtió en una bestia, y mientras luchaba
contra esa bestia, murió mi madre… y siguió el luto…
Y ya no ha parado. Dicen que necesito ayuda psicológica.
¡Que estupidez! Acaso existe un remedio contra el dolor del alma? Contra la
rabia y la impotencia?
Cada vez que asesinan a un joven, a un hijo, yo vuelvo a
perderte. Es como si te mataran otra vez, otra vez, y otra vez.
A veces me pregunto si allá en el cielo has visto a tu tía
Moraima, a mi mamá… a Dino… ¿estás solo como yo aquí?
Busco entre los escombros ese país que tanto soñamos y no lo
encuentro. Cada día la montaña de pedazos de vidas, de hospitales, de escuelas,
de carreteras, de despedidas, de dolor, de llanto, de hambre lo cubren, enterrándolo
y se me hace difícil tener fe en que antes de partir de este cuerpo físico lo
volveré a ver.
Me arrecha que tu tía se haya ido primero que yo. Me dejó
sola, me duele, y después tú… y mi mamá se perdió en sus adentros, se refugió
en su olvido hasta que decidió marcharse también y ahora estoy aquí, viendo por
la ventana, en silencio oyendo el ruido del motor de la nevera tan hastiante
como todo lo que pasa en mi país.
11 y media de la mañana…
Nosotros sabemos lo que es la cárcel. Esos meses fueron una
agonía para ti y para mí. Esa agonía la viven cientos de miles de madres.
Quisiera poder abrazarlas a todas, darles un consuelo, prestarle mi hombro para
que lloren como lo hice yo sola, sin nadie que me acompañara a verte, sin nadie
a quien decirle la humillación en cada visita, la angustia de los traslados, el
estrés de las audiencias, el cobro de la vacuna para que “llegara a tiempo el
traslado a tribunales” mis ruegos en la defensoría del pueblo, las horas
interminables a la espera en el sótano del palacio de injusticia.
La cárcel es un infierno, pues allí permanecen cientos de
venezolanos inocentes viviendo la tortura. Cada día me despierto esperando una
buena noticia pero sabes que? Una es peor que la otra.
¿Cómo sobreviví a eso? ¿Cómo sobrevivo ahora? ¿Cómo es posible
que cada día asesinen cruelmente a tantos venezolanos? Sabes? Yo estoy segura
que si estuvieras aquí, estarías tan indignado como estoy yo, tan adolorido
como estoy yo, tan a punto de desplomarte como estoy yo.
A mi edad y aun no aprendo. Me sigue paralizando el cinismo
y la maldad de la gente. Creo que mi espíritu no ha evolucionado mucho…
La mare, es… un aliciente, una luz, una razón. Pero no es
mía. Tu eras mío, mi hijo, mío, de mi alma, de mi corazón… de mis entrañas, tú
eras mi risa de todo el día, mi compañero de sueños, mi confidente.
Estoy en esos días, los últimos días que estuve contigo, sin
saber que te apartarían de mi vida para siempre. No hay consuelo.
El maldito ruido del motor de la nevera y el sol que totea allá
afuera.